jueves, 24 de enero de 2013

Pasa la voz.


Hoy quiero hablaros de la E.L.A. Porque existe, porque le puede tocar a cualquiera y porque desde hace ya un par de años la está sufriendo mi padre.
La E.L.A o Esclerósis Lateral Amiotrófica es una enfermedad neuromuscular, por eso también es conocida como Enfermedad de la motoneurona. Lo que les sucede a los afectados de E.L.A. es que las células nerviosas encargadas de controlar el movimiento de la musculatura voluntaria van poco a poco disminuyendo su funcionamiento y  al final mueren, lo que conlleva atrofia muscular y debilidad. Su causa es por ahora desconocida, aunque cada día es mayor el conocimiento que se tiene sobre el funcionamiento del sistema nervioso, de ahí la importancia de apostar por la investigación. Resumiendo, la persona que la padece es consciente en todo momento de cómo va perdiendo movilidad en piernas, brazos, cómo es incapaz de masticar, de tragar, de respirar…
Todo esto es la teoría. Lo jodido es la práctica. Recuerdo todavía cuando mi padre empezó a quejarse de debilidad en las piernas. Tendría unos 61 años, así que no se le podía achacar esta falta de fuerza a su edad. Durante un tiempo lo llevamos a darse unos masajes en las piernas (es lo que tiene desconocer lo que está sucediendo), por ver si así mejoraba. Pero nada. En pocos meses pasó de andar a buen ritmo (como buen ex legionario que es) a casi arrastrar los pies y no poder levantar la pierna ni para subir el bordillo más pequeño. Entonces aparecieron las muletas…y también un montón de pruebas, análisis, días ingresado en el hospital. Hasta que se le puso nombre. Y ese fue uno de los peores días de mi vida (imaginaos para él).
                                         
Siempre escuchas historias de enfermedades tremendas, pero al menos a mí hasta ese día nunca me había afectado ninguna tan de cerca. Cuando mi hermano, que había acompañado a mis padres al neurólogo, me dijo al salir que tecleara en Google E.L.A., mi visión de las cosas cambió. No daba crédito, de hecho mi mente me lo negaba una y otra vez. “Se han equivocado, no será eso, le tendrán que hacer más pruebas…”. Fueron días y días de lloros y de negar lo evidente.
No mucho tiempo después la familia se tuvo que armar de valor para explicarle a mi padre qué era y en qué consistía exactamente la enfermedad que padecía. Fue horrible exponerle a alguien las tremendas fases por las que iba a pasar. También fue bastante angustioso ver cómo se pasaba de muletas a andador, de éste a silla de ruedas, cómo el salón se iba llenando de aparatos especiales para mover a mi padre, etc. Es muy duro, sobre todo para él porque en todo momento va a ser consciente de lo que le está pasando.
Actualmente mi padre se encuentra “estable”, todo lo estable que se puede uno encontrar cuando padece una enfermedad degenerativa. Las piernas ya no las puede mover nada, y desde hace un tiempo no es capaz de levantar las manos más allá de la altura de los codos. Es ya un ser dependiente. Las ayudas que se reciben son pocas por no decir casi inexistentes. Mi madre ha tenido que aprender de la noche a la mañana a ser enfermera y cuidadora además de ama de casa y mujer trabajadora. Ella es muy fuerte, no deja de sorprendernos a todos, saca fuerzas en momentos en los que otra persona tiraría la toalla y diría “yo no puedo más”. Aún así tiene que lidiar con una depresión que se encargan de empeorar los miles de papeles, documentos, certificados e instancias que tiene que presentar para poder obtener alguna ayuda de las administraciones.
A pesar de todo, siempre hay que ver lo positivo. Nosotros, la familia, de tanto repetírselo a mi padre al final hasta nos lo hemos creído. Que todo tiene su lado positivo, y es cierto. Sumado al “podría ser peor” (“Papá, no te duele nada, no tienes que estar ingresado en un hospital, aún puedes disfrutar de muchas cosas…”), está el hecho de que estos golpes que te da la vida unen. Yo noto a mi familia más unida, mucho más coordinada (mi madre ahora nos dice que qué gran idea fue en su día tener cuatro hijos, ¡nos da para más turnos!), disfrutamos más de cada reunión, de cada celebración. Sabemos que la enfermedad sigue ahí, todos lo sabemos, pero hemos aprendido a convivir con ella (si es que eso se puede lograr, ahí estamos).
Sé que todo el mundo tiene sus propios problemas, sus propios pesares; este es el mío y el de mi familia. Me gustaría que aquél que se dignara a leer estas líneas intentara dar a conocer esta enfermedad, ya sea compartiéndolo en su muro, o hablando de ella. Nos dolió en el alma ver cómo se recortaba sin ningún miramiento en el sector de la investigación. Hace poco nos asestaron otro golpe diciéndonos que quieren eliminar la gratuidad de los medicamentos a personas con este tipo de enfermedades. Ojalá se entendiera de una vez los miles de pasos atrás que estas medidas suponen. Y cómo restan esperanza a los enfermos y familiares.
Para terminar, que no es cuestión de hacerse pesada, quiero dar a conocer la labor tan importante que realiza la Asociación ADELA (programas de Respiro Familiar, fisioterapeutas voluntarios, ayuda psicológica e información constante a los enfermos y a sus familias, etc…) y a la Fundación Diógenes, que sigue contra viento y marea apostando por la investigación. Y cómo no a todos los que colaboréis en que se conozca más esta terrible enfermedad y promover así que los afectados no caigan en el olvido de las administraciones. Recordad: LA E.L.A. EXISTE.

P.D. Y ya si uno quiere aportar un granito más de arena, pues que se haga socio de la Asociación Adela, que son sólo 50 euritos de nada al año, y lo necesitan mucho en estos tiempos que corren.